Mordaza en las redes

Por: José Clemente Torres Sánchez

Semanas atrás escribía un artículo sobre el doble rasero que se hace manifiesto en la vida cotidiana, pero sobre todo en lo que ocurre en los medios y redes sociales. La revolución de la hipocresía.

Desde hace unos días ha causado revuelo las acciones que han tomado las principales empresas de redes sociales al cancelar temporal e incluso definitivamente las cuentas asociadas al hasta el ahora presidente de Estados Unidos el señor Donald Trump.

Existen opiniones encontradas al respecto, sin embargo, la opinión mayoritaria ha sido la de aplaudir tales acciones argumentando principalmente la presunta “incitación al odio” o el aparente “desequilibrio mental” del señor Trump que lo convierte -para algunos- en un peligro.

Pero estas acciones ¿que tienen que ver conmigo, contigo y con los demás?

Las redes sociales, en esencia, son un espacio de expresión y comunicación en que distintos usuarios de forma remota establecen comunicación con otros usuarios a través de una aplicación web o aplicación móvil; en donde se comparte información basada en mensajes cortos, fotos o ilustraciones digitales, video, audio, documentos, etc. El propósito es o al menos así lo pretende, que los usuarios “socialicen” tal y como lo harían en la vida real.

Hay que tener en cuenta que las redes sociales son manejadas por empresas privadas, y la razón de existir de una empresa es la de obtener ganancias económicas, y como empresa privada ésta establece sus reglas o estatutos de convivencia para tener control tanto del contenido que maneja como para controlar conflictos entre usuarios. Parece obvio que dichos reglamentos deben estar acordes con la legislación nacional e internacional, sin embargo, es muy difícil distinguir bajo qué criterios son tomadas algunas acciones de control o penalización y la discrecionalidad de sus aplicaciones en ciertas circunstancias.

Cuando se da de alta en una plataforma social, el hecho de aceptar los términos y condiciones ya obliga al usuario a acatar los reglamentos establecidos por la empresa que brinda el servicio, incluso los que no contempla la plataforma pero que los mismos usuarios, por convención, las normalizan y las siguen de facto. Todo esto se mueve en la zona gris de lo legal y la corrección política. Si alguien disiente simplemente se le invita o se le exige salir o hasta que el clamor social y la presión mediática logren expulsar y bloquear al disidente.

Sería lógico decir que, si nadie puede mantener un nivel aceptable de decencia o por lo menos, de ponerse la máscara políticamente correcta, es mejor que ni intente abrir su cuenta en tal o cual red social. Razonable, sin embargo, cuando esas normas de decencia son impuestas a las compañías por grupos de presión políticos o colectivos ideologizados, o si los patrocinadores que invierten su dinero en las redes y apoyan a los primeros no van a permitir que sus clientes potenciales sean denigrados o discriminados, por lo que exigen a las plataformas medios de control y coerción para usuarios o grupos que, a juicio de los inversionistas, manejadores y colectivos, representen un peligro para la diversidad, peligros que pueden etiquetarse como discurso de odio, incitación a la violencia, terrorismo, homofobia, entre otras.

Pero, también se traduce en una reacción en cadena con resultados más que negativos: una pérdida económica y una oportunidad para las redes y plataformas emergentes. Los primeros ven cómo los usuarios las abandonan prácticamente en masa mientras que los segundos se cotizan como alternativas libres o free speech tratando de acoger el éxodo. Los inversionistas ven en peligro sus capitales y también se suman a la fuga.

Por sentido común, las pérdidas obligarían a un cierre o a una reestructuración. Debido al poder que las grandes empresas de social media han adquirido pueden incluso censurar, bloquear y restringir actividades de ciertos usuarios o grupos aún cuando hayan migrado a redes alternativas pues éstas últimas también pueden ser víctimas de la censura de los corporativos.

Esta situación que actualmente se está viviendo confirma la proposición que tiempo atrás un servidor señalaba. Vivimos en un tiempo revolucionario, un tiempo donde las máscaras, como en el teatro griego, cobran más importancia lo que se aparenta, lo que se actúa, que la persona que lo lleva.

Esta revolución, la revolución de la hipocresía ha cobrado su primera víctima: nada más y nada menos que al mismo presidente de los Estados Unidos, al hombre -hasta ahora- más poderoso dentro de la geopolítica global. Donald Trump ha padecido la censura más virulenta y al parecer a las grandes corporaciones no les ha importado la figura de poder que representa.

Conviene preguntarse: ¿censuraron al presidente o censuraron al usuario, a la persona? Seguramente esta cuestión amerita un tratamiento más amplio. Las plataformas dirán que restringen actividades que representaban un peligro (¿de qué tipo y de qué nivel de gravedad?) de un usuario llamado Donald J. Trump.

El motivo de su restricción aparentemente era por violación de reglas y políticas de cada una de las redes sociales donde tiene perfil. Llama la atención que es un perfil verificado, con miles de seguidores, por lo que se trata de una persona real, de un actor político, de alguien que se ostenta -hasta hoy- como presidente de la nación más poderosa del mundo. Ciertamente en algunos días esta persona dejará su puesto y volverá a ser un ciudadano común. Pero la repercusión ha trascendido a las mismas redes. Por un momento pareció ser la jugada maestra donde las redes mostraron su poder sobre el hombre más poderoso, empero, no se imaginaron el precio que tenían que pagar.

Vienen otras preguntas: Si esto le sucedió a una persona que lleva los destinos de una nación, ¿qué nos espera?, ¿se aplicará el mismo rasero a toda disidencia?,¿las políticas serán más relajadas?, ¿habrá más apertura para las opiniones divergentes?. Las grandes empresas, con tal de recuperar terreno perdido, diseñarán las estrategias pertinentes que probablemente serán momentáneas para hacer frente a la situación.

Ahora bien, ocurrió algo paralelo que si bien no causó mucho resquemor, las críticas fueron implacables sobre todo para la red social Twitter en la que condenaba “enérgicamente los cierres de Internet: son enormemente dañinos, violan los derechos humanos básicos y los principios de open internet”. Una vez más se hace realidad la revolución de la hipocresía, en que solo las redes sociales pueden silenciarte, bloquearte e incluso expulsarte, pero cuidado con meterse a censurar a las redes porque eso es ilegal, no es amigable con las minorías y va contra los derechos humanos y de la red libre. Para los usuarios se tiene una máscara, mientras que para los poderes políticos, económicos y sociales se tiene otra. Es un des-caramiento en que, irónicamente, es otra máscara bajo la máscara.

Esa máscara bajo la máscara es su verdadero rostro, es el rostro de miles que administran la red, es la máscara que han adquirido y se han apropiado para el servicio de la red social.

Me surge una última pregunta: El Estado, ese gran Leviatán, ¿Acaso se encuentra amenazada su existencia por otro competidor aún más poderoso llamado Red Social? Ya estamos viendo lo que esta es capaz de hacer y nosotros como usuarios tenemos también el poder de alimentarla o debilitarla.

Referencias:

https://nuevoperiodico.com/twitter-condena-la-censura-en-linea-en-uganda/

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