La revolución de la hipocresía

Por: José Clemente Torres Sánchez

En la antigua Grecia existían los hipócritas -no con la connotación negativa actual- es decir, eran  los actores trágicos y cómicos que, durante el acto de representar sus papeles utilizaban máscaras de arcilla o madera para encarnar al personaje, prestar su voz y mover las voluntades y sentimientos de los que asistían al teatro.

Posteriormente la palabra hipócrita en el uso cotidiano vino a identificar al que sin ser actor, valga la redundancia, actúa aparentando ser alguien distinto, alguien que se pone una máscara y finge actitudes, cualidades, formas de pensar y sentir que no corresponden con la realidad de su persona. Y vaya que aquellas personas actúan tan bien que, como en la antigüedad, saben llegar a la gente y convencerlas.

Hoy ser y aparentar es cosa de todos los días con tal de formar parte de un grupo o para obtener beneficios económicos o de poder: unos dicen defender ciertas causas pero a la vez atacan otras; son capaces de traicionar hasta a los de su mismo grupo para sobresalir en los medios y en las redes sociales para disfrutar de las prerrogativas de ser “políticamente correcto” aunque en realidad no les importa seguir las reglas más básicas de convivencia, disfrutan de romper las leyes y promover el delito, la ética les causa escozor y ya no hablemos de lo moral y lo religioso porque les causa náuseas y a toda costa intentan destruir para sustituirlos con placebos que hagan más llevaderos sus aberrantes estilos de vida.

Ahora es muy fácil suprimir la razón y el sentido común para presentar como correctos e incluso como derechos todo aquello que va contra la ley natural, la biología, la ciencia e incluso la vida. Si alguien quiere ser aceptado en esta “nueva realidad” debe acatar un conjunto de normas, acciones y actitudes que hagan creer al mundo que está dentro del paradigma “moderno” o “progresista” mientras que permanecer en el lado opuesto es tachado de “conservador”, “retrógrada”, “medieval” y distintos calificativos que dan a entender que el seguimiento de los valores tradicionales, la defensa de la familia y la vida son obsoletos y que deben cambiar.

Hay muchos ejemplos de hipocresía y se ha vuelto imposible enumerarlos, cada día se superan en número aumentando la frecuencia de los que públicamente se pueden identificar como hipócritas aunque no lo reconozcan. Dos rasgos los distinguen: simulación, solo muestran lo que les conviene y lo que ellos quieren que los demás vean y el disimulo, esconder y guardar bien las apariencias para que nadie que esté fuera del círculo íntimo lo conozca.

Sin embargo, llegan a tal grado de hipocresía que irónicamente se han quitado la máscara, se han vuelto des-carados: ya no importa el aparentar y bajo un concepto tergiversado de lo que es libertad se llaman a sí mismos “progresistas”, porque “si antes era así ahora ya no lo soy”, “ya no pienso igual que ayer”, “soy actor de mi propia vida”, “tú puedes ser lo que tú quieras”,, “soy de mentalidad abierta”, y demás argumentos falaces que no solo han conseguido des-carar a los hipócritas sino quitarles toda consideración hacia la persona y hacia sí.

¿Por qué la revolución de la hipocresía? La revolución es un cambio brusco y en ocasiones violento, es un giro o un cambio de rumbo. Sin duda hay revoluciones positivas y constructivas pero también las hay negativas y trágicas. La revolución que hoy se experimenta es un cambio brusco en lo social, político, económico, moral e incluso religioso. Se ha olvidado el recato y la honradez para sustituirlo por las ideologías que promueven derechos y libertades pero que ignoran las obligaciones, de la fluidez con que actores políticos y sociales se venden al mejor postor con tal de seguir “los vientos de cambio” o “las nuevas corrientes de pensamiento”.

La revolución de la hipocresía ha creado seres que rehúyen del esfuerzo, porque “si no tranzas no avanzas”, donde es mejor ser influencer o youtuber que estudiar una carrera. Sí, pero se debe pagar el precio de amoldarse al paradigma de lo políticamente correcto donde cualquier error o peor aún, donde cualquier intento de enderezar el camino es motivo de ataque, cancelación, pérdida de seguidores, cierre de cuentas, desmonetización, entre otras penalizaciones.

La revolución de la hipocresía proclama como un mandamiento: “sé tú mismo, no importa lo que otros digan”, el problema es que no hay espacio para la autenticidad, se debe ser uno mismo pero siguiendo erráticamente tendencias y modas efímeras. La hipocresía no admite identidad que, como los actores griegos, solo se deben usar máscaras políticamente correctas: desde pedir perdón por el color de piel, sentirse conquistador por comer carnitas o la imposibilidad de opinar por no tener útero.

La revolución de la hipocresía, además de despojar de personalidad, identidad y valores, pretende suplantar la espiritualidad y lo religioso con un “neo paganismo” echando mano de ciencias ocultas y esoterismo. Dicen apoyar pero lo que realmente les interesa a los hipócritas es vivir de subvenciones del estado y del presupuesto de las ONG, hacer cursos para “deconstruir” lo que le ha tomado a toda la historia humana construir como cultura y atacar el fundamento de la sociedad.

Claro, solo se puede apoyar la muerte biológica cuando se está muerto por dentro, cuando la humanidad del hipócrita ha muerto, cuando su identidad, sus valores, su espiritualidad, sus convicciones y voluntad han muerto no se puede esperar algún atisbo de vida.

Pero no todo está perdido, los que están del lado “equivocado” -que en realidad es el correcto- saben muy bien que la verdadera revolución es volver al camino que se había perdido. Tomará tiempo en volver a la senda pero muchos ya están propinando serios golpes en la batalla cultural. Ser conservador, valiente, íntegro, honesto, pro vida, pro familia, creyente o al menos tolerante, en pocas palabras, persona coherente, es lo que necesita el mundo de hoy.

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