Por Clemente Torres
En un pueblo lejos de aquí y cerca de allá vivía don Chinto, trabajador, responsable padre de familia, pero tenía por defecto ser muy testarudo, no era de esos hombres a quienes hacen cambiar de parecer, así era su carácter, tal vez porque de joven había trabajado por temporadas al “gabacho”, o sea, al vecino país del norte. Después de sus andanzas en el extranjero don Chinto ya tenía familia tanto aquí como en el “otro lado”, así que visitas nunca le faltaban.
Siendo un pueblo donde todos se conocen, don Chinto hacía buenas migas con don Pascual, su compadre. Éste era dueño de una tienda que al mismo tiempo vendía pan “de hoy”, así como bebidas refrescantes para chicos y grandes y por si tenía problemas el tractor o una chiva enferma ahí se podía encontrar lo necesario.
Don Pascual había sido el padrino de tres de los ocho retoños de don Chinto y de otras familias más, por lo que era muy conocido y estimado entre los habitantes.
Uno de los tantos hijos de don Chinto le hizo una visita sorpresa, don Chinto estaba preocupado pues no había preparado nada para recibirlo, además de que era domingo y ya era de noche, por lo que ir a la ciudad de compras estaba de pensarse con la inseguridad actual, y las tiendas del pueblo ya habían cerrado.
“No se preocupen, ahorita voy a ver a mi compadre, no le hace que esté cerrado”, dijo. Así que fue a casa de su compadre, mientras iba de camino se acordó de lo que había escuchado en misa de un hombre que le pidió unos panes a su amigo y que a fuerza de insistir, consiguió lo que necesitaba.
Llega a la casa de don Pascual, y toca que toca no responden, todo en silencio. Después de tocar más fuerte y de aventar piedritas a la ventana del segundo piso, ésta se abre y se asoma un malhumorado don Pascual.
-Ya hombre, ¿qué no ves que ya estamos descansando?
-Compadre, acaba de llegar mi hijo de los “yunaites” y no tengo para la papa, no sea malo y véndame unas cervezas y algo de botana.
-Aunque seas mi compadre y haya venido el ahijado mira qué hora es, no te puedo atender.
Así continuó por un rato más la discusión, hasta que don Pascual se decidió a bajar. Don Chinto, creyendo que habían abierto para comprar se acercó pero cuando don Pascual lo tuvo a la mano, sacó una cuarta de cuero y con ella le propinó una paliza a un sorprendido y lastimado don Chinto que tuvo que correr para su casa hasta que se recuperara.
Días después, tuvo la oportunidad de hablar con el párroco del pueblo y le contó esta misma historia, a lo que el padre le dijo: “¿Y creíste que te iba a dar lo que pedías? No, hijo, se te dio lo que necesitabas”.
Así que, el compadre, no por ser su compadre, no le dio lo que quería, sino lo que necesitaba.