Por Clemente Torres
Hoy quiero contar una pequeña historia, una historia que bien puede parecerse a cierta realidad.
Había un reino muy próspero que había mantenido intactos sus territorios por bastante tiempo, y a pesar de que otro reino vecino tenía conflictos añejos con este reino, siempre se supo mantener la paz sin necesidad de llegar a la guerra.
El artífice de este buen entendimiento entre el reino y los demás reinos vecinos era el Visir, cuya fama había llegado a oídos del emperador gracias a su capacidad diplomática. Cuando por alguna razón comenzaban a deteriorarse las sanas relaciones con los pueblos vecinos, él era el primero en salir a negociar y en poco tiempo los ejércitos vecinos volvían a sus tierras.
Pero, ¿Cómo se daba cuenta para poder tener esa capacidad de respuesta? Al Visir se le había asignado la torre frontal del castillo y desde ahí podía divisar a gran distancia cuándo un ejército invasor se aproximaba.
Así transcurrió un buen tiempo y el reino nadaba en bonanza. Un día, el bufón del palacio hizo algo que causó la gracia de los reyes y de la corte. Tan del agrado fue su actuación que el rey quiso recompensarlo:
“Hoy me hiciste reír con ganas”, dijo el rey, “¿Qué es lo que deseas como recompensa?”
“Mi rey, solo quiero una cosita, así, muy chiquitita.”, contestó el bufón.
“Anda, que no tengo todo el día.”, dijo el rey. “Desde hace mucho vivo en un lugarcito que si bien no es una mansión, no es digno de un comediante: quiero que me deje vivir en la torre más bonita del castillo, ésa que está luego luego a la entrada”. Respondió el bufón.
“No es posible, son mis aposentos.”, respondió el Visir.
“¡Silencio!” impuso el rey, como el bufón contaba con el favor de la reina, ésta abogó por él, así que el rey ordenó:
“Desde ahora en adelante ordeno que el bufón ocupe las instancias de la torre frontal del castillo, y que al Visir, por intentar contradecirme, lo envío a morar en las habitaciones posteriores, cerca de las caballerizas”.
Inútilmente el Visir intentó cambiar la decisión del rey, así que tuvo que obedecer aunque esto alteró drásticamente su capacidad de respuesta diplomática al punto de que fue inevitable una invasión de un reino vecino.
Como el Visir no pudo prever esta guerra y evitarla a tiempo, el rey mandó ejecutarlo por incompetente mientras los ejércitos enemigos asediaban el castillo. Sus últimas palabras fueron:
“¡Ah, cómo envidio a ese bufón!”