Por Abraham Garza Alemán
Quien le dará continuidad al proyecto de Wollstonecraft en el Siglo XIX en Inglaterra no será precisamente una mujer, sino un hombre: John Stuart Mill. Su libro La sujeción de la mujer, publicado en 1869, es su obra más importante acerca de este tema, editada no sólo en su país de origen, sino también en Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, Alemania, Austria, Suecia, Italia, Polonia, Rusia, Dinamarca, entre otros. Coincidentemente los países más desarrollados y de mayor movilidad social.
Allí, Mill hace una crítica bastante profunda en la desigualdad ante la ley entre hombres y mujeres, criticando especialmente el régimen marital de su época, ya que solamente el padre de familia tenía derechos sobre los hijos e incluso aunque este muriera, la madre no podía gozar de la custodia legal, esto ya que enajenaba a las mujeres en favor del hombre, la convertía prácticamente en una propiedad más. Todos estamos de acuerdo que la igualdad ante la ley era un reclamo bastante justo por parte de las mujeres.
En Francia, por su parte, la primera ola feminista tiene su origen en la polémica revolución de 1789. Durante esos días se genera una manifestación de feminismo de la cual poco se conoce, cuando un grupo de mujeres entienden que han quedado excluidas de la Asamblea General conformada tras la revolución, y hacen oír sus voces en los llamados “Cuadernos de Quejas”.
El mismísimo Jean-Jacques Rousseau, cuyo pensamiento influyó de manera determinante en la Revolución Francesa, escribe contra la inclusión educativa y política de la mujer en el Emilio (es precisamente a éste a quien responde Wollstonecraft en Vindicación…).
Muchas mujeres terminan siendo guillotinadas por los revolucionarios, como Olimpia de Gouges, autora de la “Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana”, texto publicado en 1791 que buscaba equiparar en materia jurídica a las mujeres respecto de los hombres.
En Estados Unidos se toma como referencia el año 1848 como referencia al nacimiento de la primera ola del feminismo, precisamente porque se redacta la “Declaración de Seneca Falls”, justamente este texto se convertiría en el texto fundacional del movimiento sufragista. Este es resultado de la reunión que convocó Elizabeth Cady Stanton, que justamente era una activista del abolicionismo de la esclavitud, convoca dicha reunión en una capilla metodista de Nueva York, a los fines de “estudiar las condiciones y derechos sociales, civiles y religiosos de la mujer”.
Es bastante relevante que justamente los países cristianos occidentales, que fueron influidos por la reforma protestante, fueron aquellos que más avanzaron en materia de igualdad ante la ley.
En muchos de los países industrializados las mujeres accedieron a los derechos políticos antes de la Primera Guerra Mundial. Y al término de la Segunda Guerra Mundial, en todos los países donde regía un sistema democrático, el voto se había por fin universalizado en favor del público femenino.
Ludwig von Mises, uno de los máximos referentes de la Escuela Austríaca de Economía, ya en 1922 advirtió contra los peligros de que este feminismo se descontrolara y empezara a tomar posturas cada vez más radicales.
“Mientras el movimiento feminista se limite a igualar los derechos jurídicos de la mujer con los del hombre, a darle seguridad sobre las posibilidades legales y económicas de desenvolver sus facultades y de manifestarlas mediante actos que correspondan a sus gustos, a sus deseos y a su situación financiera, sólo es una rama del gran movimiento liberal que encarna la idea de una evolución libre y tranquila. Si, al ir más allá de estas reivindicaciones, el movimiento feminista cree que debe combatir instituciones de la vida social con la esperanza de remover, por este medio, ciertas limitaciones que la naturaleza ha impuesto al destino humano, entonces ya es un hijo espiritual del socialismo. Porque es característica propia del socialismo buscar en las instituciones sociales las raíces de las condiciones dadas por la naturaleza, y por tanto sustraídas de la acción del hombre, y pretender, al reformarlas, reformar la naturaleza misma”
Mises vio el futuro y así fue como las siguientes olas del feminismo no sólo hicieron a un lado del discurso liberal clásico, sino que se reubicaron en el ala marxista.