Por: Jorge Callejas
El populismo autoritario está arraigado con fuerza en la psique latinoamericana. Esa vena caciquil que recorre a las masas ha condicionado el desarrollo de nuestros pueblos y ha marcado la historia de las naciones que componen esta parte del continente.
Con la caída de los regímenes militares en Sudamérica así como la apertura al multipartidismo que vivimos a finales de los 90 un soplo de aire fresco recorrió la región; ciertamente México, tras más de setenta años de padecer lo que Vargas Llosa adecuadamente calificó como “la dictadura perfecta”, no fue la excepción.
La victoria de Vicente Fox Quesada en las elecciones del año 2000 del entonces fulgurante candidato del Partido Acción Nacional trajo consigo la noción de que México estaba a las puertas de una etapa democrática que catapultaría a nuestra nación a nuevos niveles de bienestar, civismo y pluralismo en todos los ámbitos.
En ese entonces creíamos con entusiasmo en que el tlatoanismo que había caracterizado a nuestro sistema político daría paso a un sistema más cercano a lo que se vive en países más avanzados.
Nada más lejos de la realidad.
Vicente Fox dilapidó el enorme bono democrático depositado en él por la sociedad al mantener las estructuras del viejo príato para gobernar y así no enfrentarse a la pesada tarea de cumplir con el cambio prometido. El partido al que corrió de Los Pinos, para cobrarse la afrenta causada en la histórica elección de inicios de siglo, bloqueó una y otra vez los tibios intentos del Ejecutivo Foxista orientadas a modernizar la economía nacional. Con el fin del primer sexenio presidencial Panista y tras la polémica elección en el 2006 en la cual el otrora presidente del PAN y ex secretario de Energía del gobierno saliente – Felipe Calderón – venció por la mínima al heraldo del Echeverrismo más rancio encarnado en el ex Jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal – López Obrador – Mexico, tras un inicio prometedor, no pudo salir de la dinámica de desgaste que el fallido gobierno de Fox había causado por su falta de rumbo y tesón. Tras seis años convulso donde la sociedad mexicana se polarizó como nunca, llegó el viejo partido tricolor a reclamar sus galones con la proclama de saber ejercer el poder con la diligencia que el Panismo no supo lograr.
El gobierno del ex presidente Enrique Peña Nieto fue una catástrofe cuyas consecuencias pagamos con creces el momento en el que el electorado tiró por la borda los pequeños pero significativos avances logrados por nuestra incipiente democracia al elegir en el 2018 al arquetipo caudillista de López Obrador quién, tras su derrota a manos de Felipe calderón en el 2006, inició un ambicioso proyecto recorriendo todos los rincones de la república para llegar a la silla presidencial de la mano de los viejos métodos priístas:
Clientelismo, corporativismo y un nacionalismo de raigambre socialista sacado del manual de Lázaro Cárdenas.
López Obrador, gran conocedor del pueblo mexicano, supo leer el hartazgo que en éste anidaba por las promesas incumplidas de un sistema que nunca acabó por convencerle y cuyos logros siempre fueron opacados por sus notorias falencias (corrupción desbocada, violencia sin freno, falta de oportunidades, estancamiento económico). Digno émulo del populista de izquierda que en la nación hermana de Venezuela llegó al poder prometiendo una transformación a gran escala solo para dejar a su patria en la más absoluta miseria, AMLO recurre con frecuencia al discurso simple, socarrón e incendiario que encuentra eco en el mexicano promedio – el cual parece alérgico a los datos, los hechos y el sentido común – y que nos demuestra que el barniz de la democracia no alcanzó a cubrir las verdades más elementales de nuestra sociedad:
El tlatoanismo no murió, el populismo nos atrae y la democracia en una nación con más de sesenta millones de pobres no puede, ni podrá, echar raíz.
Dicho lo anterior y con el menor pesimismo posible, es justo pensar que las máximas mencionadas, con una directriz distinta y bajo la figura de un líder carismático asesorado por un grupo de notables expertos en gobernanza, son el medio a utilizar sí se quiere dar el salto, paradójicamente, a una nueva democracia.
Jair Bolsonaro en Brasil nos puede dar una lección de lo mencionado anteriormente. Ojalá nos demos cuenta de que aquello que percibimos como un lastre, puede en las manos adecuadas ser un par de alas.